8 de marzo de 2021. Cuando hace 46 años se institucionalizó el Día Internacional de la Mujer, las luchas, reivindicaciones y consignas difícilmente pasaban por las libertades para ser, sentir y amar desde la libertad sexual y de género. Cuando se piensa en el ícono de “la mujer trabajadora” en retrospectiva, generalmente se piensa en una mujer cisgénero, blanca, obrera, europea y probablemente socialista. Sin embargo, hoy cuando pensamos en el ícono de la “mujer trabajadora” y nos situamos específicamente en este lado del mundo, no nos es imposible encasillarnos o reconocernos desde las mismas categorías. Ser mujer trabajadora en este país, pasa por leernos como mujeres cisgenero, trans, lesbianas, bisexuales, heteros, pansexuales, negras, mestizas, afro, indígenas, empobrecidas, privilegiadas, migrantes, madres, putas o trabajadoras sexuales, dependiendo de cómo nos denominemos, entre otras.
Generalmente, cuando se piensa en las mujeres LBT trabajadoras, se piensa también en aquellos oficios a los cuales han sido relegadas históricamente, o peor aún, en aquellos oficios a los cuales se les ha proscrito aspirar. Ser una mujer LBT trabajadora, implica preguntarse ¿trabajar en qué? ¿para quién? ¿en qué condiciones? Entre otras, porque definitivamente no es lo mismo trabajar en la periferia o en el centro, con contrato o sin contrato, con seguridad social o sin ella, en la formalidad o en la informalidad, sufriendo violencias por prejuicios o no. De esta manera, las experiencias de las mujeres LBT en el mundo del trabajo han respondido a una estructura machista y prejuiciosa que reacciona y empuja a las mujeres LBT a la precariedad, la informalidad, y a los oficios en los que la sociedad las percibe menos incómodas, o incluso, “útiles” como la peluquería, el trabajo sexual y el cuidado.
En Enterezas hemos aprendido que el afán de esta sociedad por encasillar a las mujeres LBT en ciertos oficios como el trabajo sexual y la peluquería, obtiene una respuesta de resistencia y de lucha por parte de ellas. Muchas se sienten cómodas desde esos lugares y por eso exigen condiciones de dignidad para ejercer dichos oficios, y otras se empeñan en demostrar que su proyecto de vida no se corresponde con las expectativas que la sociedad ha sembrado en ellas. A muchas se les ha excluido de oficios de representatividad social y política por el solo hecho de ser lesbianas, bisexuales y trans visibles. Por mucho tiempo parecía impensable que se pudiera ser lesbiana y médica o ser una mujer trans y profesora. Por eso es que la realidad les convoca a reclamar esos espacios que les han sido negados y a la sociedad, a hacer el esfuerzo por desnaturalizar los estigmas y estereotipos que las encasillan y que justifican formas de acoso laboral, violencia sexual, discriminación, etc, cuando logran acceder a un empleo.
Lo particular es que las mujeres LBT, además de lidiar con los afanes de las necesidades básicas insatisfechas que hay en este país, tienen que lidiar con la violencia que se deriva de esos prejuicios y estereotipos que las rodean. Esto quiere decir que ni siquiera las situaciones de precariedad como el “rebusque”, son experimentadas de la misma manera por parte de las mujeres LBT, en contraste con otras personas marginalizadas laboralmente.
En una sociedad democrática, donde se supone existe un Estado Social de Derecho, no tiene presentación que las mujeres LBT tengan que abandonar sus estudios por no soportar la discriminación y la violencia; y esto es una pauta para entender por qué cuando hablamos de mujeres LBT y trabajo no hablamos de igualdad de oportunidades. Lo mismo ocurre cuando miramos los niveles de violencia que se viven en sus núcleos familiares y esto hace que deban salir de ellos para salvarse, para encontrarse, ellas contra el mundo. Cuando logran ocupar puestos de trabajo, los prejuicios y la violencia no demoran en hacerles saber que, aunque hayan llegado donde hayan llegado, las cosas son más difíciles para ellas por el hecho de ser LBT visibles.
En esa gestión de las cargas desproporcionadas resulta ejemplar que, aunque en la mayoría de los casos, a las mujeres LBT les arrebatan el derecho a integrar una familia y luego a conformarla, las mujeres LBT se apoyan unas a otras, conforman nuevas familias -familias sociales- y se reconocen como madres, hijas, hermanas, para cuidarse y quererse.
Aunque nunca entenderemos con suficiencia lo que significa “ser mujer”, es claro que esto no se define a partir de la genitalidad, apariencia o comportamiento; y mucho menos, que el a partir de los niveles de violencia o la carencia de cuidado que soportan los cuerpos. En ese sentido, el cuidado como una de las demostraciones más genuinas de empatía y de afecto, es un espacio que reivindican de las mujeres LBT. Y en esto hemos centrado nuestra reflexión para este #8M, porque las mujeres LBT trabajadoras y cuidadoras hacen aportes a la sociedad que esta suele invisibilizar. Las prácticas de autocuidado y cuidado de mujeres LBT, son un saber que el resto que las rodea, aprende viendo.
Queremos resaltar el caso de las mujeres trans trabajadoras sexuales que han ejercido ese oficio precisamente para cuidar de otros. Son numerosos los casos en que la mujer trans asume la responsabilidad de sus familiares o de personas que hacen parte de sus afectos y utilizan el trabajo sexual como medio de subsistencia para sus seres queridos. Aunque en la mayoría de casos esto no detiene la satanización y el estigma que rodea el ejercicio del trabajo sexual, detrás de ellas hay padres, madres, abuelos, hijas/os. Otra forma en la cual el trabajo y el cuidado se interrelaciona en el caso de mujeres LBT es cuando estas deciden conformar sus propias familias, redes de apoyo y se enfrentan al mundo laboral con todas sus añadiduras con el objetivo de cuidar.
La pandemia por COVID-19 ha hecho más difícil la realidad para las sociedades del mundo y por supuesto, ha traído impactos diferenciados para las mujeres. Ella profundizó en la crisis del trabajo y de los cuidados y el confinamiento hizo más vulnerables a mujeres que ya eran agredidas y violentadas en casa, pero también creó nuevas víctimas. Las mujeres LBT que viven con VIH y las que tuvieron que detener sus procesos de hormonización y de tránsito, o para las que no fue posible suspender embarazos no deseados, por supuesto que han vivido la pandemia de otra manera.
Aunque la reiteración de la vulnerabilidad de las mujeres LBT haya condicionado su presencia a escenarios de periferia y dolor, hoy queremos manifestar que la resistencia de las mujeres LBT nos enseña todos los días, aun sabiendo que el trabajo más que un derecho, es un privilegio. Ser mujer desde la diversidad sexual y de género sitúa y deja volar, abre y cierra puertas, expone más o menos a violencias tanto en lo público como en lo privado, es algo que siempre tiene algún tipo de reacción por parte de la sociedad que mira, juzga y a pesar de todo, ahí van las mujeres LBT abriéndose el paso.
“Si las mujeres paran, todo para” (Federici, 2017). Con este espacio seguimos expandiendo otras formas de comunicación, otras maneras de movilizar encuentros que se han perdido por el confinamiento, por el conflicto armado o por otras violencias sociales, familiares, políticas, psicológicas, sexuales y económicas, que traen consigo un retroceso en las luchas y en los derechos adquiridos.
Resaltamos que los daños personales son daños colectivos. Que ante la resignación y el silencio compartidos, la sanación es posible entre todas. Es en la juntanza donde compartimos alternativas de conectarnos y transformarnos, de volver a nosotras a partir de la historia de otras. Asumimos nuestra capacidad transformadora desde el deseo de contacto con otras mujeres LBT, desde el feminismo como “una política de la amistad, de una trama íntima con las personas, de una construcción de la proximidad” (Segato, 2020). Desde la resistencia que acoge el cuidado, tejiendo entre nosotras una participación para la vida digna de todas las mujeres LBT, porque…
Cuidarnos es resistir