*La siguiente reflexión fue elaborada por nuestra compañera Silvia Tostado Calvo, presidenta de la Fundación Triángulo Extremadura, a propósito del debate que ha suscitado el proyecto de la Ley Trans en España.
23 de marzo de 2021. Hace unos días alguien a quien respeto, valoro y quiero mucho me decía, “Silvia, hay que rebajar la tensión, hay que bajar el volumen”. Sólo podía responderle que eso es lo que hacíamos desde hace meses, pero no parecía ser muy útil porque, desde hace semanas, empezamos a acompañar a familias enteras con crisis de ansiedad. También a niñas y niños. Llevamos tiempo haciendo un ejercicio de prudencia, contención y silencio –y no, quien calla no otorga-; aún a riesgo de cargar con la responsabilidad de no proteger o cobijar a quienes están recibiendo los embistes. Que siempre son las mismas, siempre quienes más padecen la vulneración de Derechos.
Siempre han sido ellas.
Nuestra premisa, desde el activismo LGBTI, es que esta Ley no puede construirse desde el conflicto. Contiene reivindicaciones vitales, reconocimiento de Derechos que no restan ni obligan a nadie como para plantearlo desde algo tan poco constructivo.
Pero es cierto que, en estos días, en cualquier rincón, encuentro violencia hacia personas trans y mentiras que sostienen teorías para oponerse al Proyecto de Ley que está encima de la mesa.
Escucho comentarios que se anclan en los prejuicios más rocambolescos, que proyectan un profundo desconocimiento de las identidades trans –o no cis- a las que se trata como si fueran seres inferiores que no sienten o piensan bien -no susceptibles de ser ciudadadanxs-, a quienes hay que supervisar, no vayan a desmontarnos este sistema nuestro –tan machista, tan lgbtifóbico, tan clasista, que tanto oprime-.
Y necesito manifestar que me provoca dolor.
No se trata de exponer los criterios o teorías feministas sobre los que sostengo mi defensa de esta Ley como mujer cisexual feminista –valga la redundancia-, madre y lesbiana. Menos aún voy a caer en la tentación de argumentar porqué defiendo Derechos que hace mucho debían estar reconocidos –Los Derechos Humanos no se debaten- como el Derecho al empleo, a la asistencia sanitaria, a vivir libres de violencias en entornos educativos. El Derecho a ser nombradx por tu nombre, a ser tratadx en función de tu identidad.
Necesito exponer que me provoca dolor la negación de Derechos desde los privilegios de no ser trans.
Necesito exponer que provoca dolor a cientos de familias este volver a legitimar que a las personas trans se las pueda insultar, cuestionar, juzgar sin que pase nada.
Necesito exponer que hay un daño, que ni la Ley podrá reparar en años, provocado por cada ridiculización, insulto, burla y caricaturización que se hace de las personas trans, de sus cuerpos, sus voces, sus vidas.
Esta Ley sólo busca que el respeto a las personas trans se garantice, que su dignidad sea Derecho, como lo es el de las personas cis.
Cuando el dolor aprieta, saco a pasear mi rabia. Por lo de no subir el volumen, que decía mi amigo.
Es lo que suelo hacer últimamente. Cerrar las redes sociales -convertidas en máquinas para generar odio, donde lees con la misma cantidad de asombro, de decepción y de pena comentarios de personas que creías aliadas- y andar. Persiguiendo la Utopía. Con la ansiedad, que se agita con cada chanza, con cada sorna, con cada insulto hacia personas trans, especialmente cuando se dirigen a niñas, niños, niñes. Doy pasos para aliviar el desasosiego, para dejar atrás lo que provoca daño y ser capaz de buscar salidas.
El dolor es dolor porque los ataques no se producen hacia pastas de libros con infinitas teorías. El agravio, la burla o ridiculización, que provocan dolor, no se dirigen hacia algo inmaterial o etéreo. Tienen destino de carne y hueso, con nombres –impuestos y elegidos- y apellidos, sueños, esperanzas –de una Ley- e ilusiones. El destino es gente de todas las edades que sólo quieren ser aceptadas y reconocidas tal cual son. TAL CUAL SON.
Y con mucho cariño, y a corazón abierto, les digo que esas sornas, esos comentarios de Twitter, de Facebook, de Instagram que ridiculizan a las personas trans, a las infancias trans, no se pueden tolerar desde ninguna parte del feminismo, desde ninguna parte del humanismo.
La banalización de las vidas de quienes se han peleado por ver reconocidas sus identidades desde que medían menos de un metro del suelo y casi no sabían hablar, la caricaturización del sufrimiento padecido por ellas/os/es y sus familias, forma parte de esos murmullos colectivos que las personas LGBTI, especialmente las personas trans, las niñas, niños niñes trans oyen a su alrededor desde que tienen conciencia de sí mismos. Esas burlas se convierten en amenazas que adoquinan el camino que tratamos de no andar, pero al que se dirige sin pudor a quienes no soportan más ese sufrimiento y deciden poner fin.
¡ZAS! Saltó del precipicio. Se mató porque no aguantaba más el juicio.
Y Facebook llora, Twitter dice que vueles alto, Instagram pone crespones negros y emoticonos de lágrimas.
¡ZAS! Eres una persona más cómoda cuando mueres -o te matan- que cuando vives y necesitas que se protejan tus Derechos, que una Ley ponga fin a las discriminaciones estructurales que arrancaban con sornas, que comparan tu realidad, tu ser, con elecciones y gustos banales, con el único fin de ridiculizar lo único seguro que posees. El ser.
Tenemos en nuestras manos la capacidad de elegir dónde situarnos.
Podemos abrir espacios para celebrar la diversidad y permitir a las personas trans dejar de ocupar sólo los márgenes o seguir poniendo leña en el fuego de la discriminación empujando a quienes no encajan a saltar.
¡ZAS!