8 de octubre de 2020. La pandemia, que no acaba, ha producido impactos diferenciados en las mujeres LBT. Desde el Observatorio de violencias a mujeres LBT ante el COVID-19, se visibilizó que las mujeres LBT, sin distinción de edad, territorio y demás interseccionalidades, percibieron un incremento en la violencia pública y privada hacia sus cuerpos y en razón de su orientación sexual, identidad y/o expresión de género (OSIGEG) diversa y sus decisiones vitales.
La violencia hacia las mujeres en el Caribe colombiano deja 43 víctimas de presuntos feminicidios sólo en el departamento del Atlántico (Observatorio de Género del Atlántico). En ese mismo sentido, desde el Observatorio de violencias a mujeres LBT ante el COVID-19, se documentó un incremento de los asesinatos hacia mujeres LBT dejando 14 víctimas en el Caribe colombiano. Algunos de los disparadores de violencia que se visibilizaron durante la pandemia tienen que ver con el aumento de las tensiones ocasionadas por las OSIGEG y su rechazo en entornos públicos y privados.
Así, la institucionalización de prácticas discriminatorias hacia la identidad de género de personas trans con las medidas de “pico y género” de algunas alcaldías del país fue una pésima forma de gestionar el control poblacional durante la pandemia, puesto que significó una reafirmación de los roles binarios de género, una crisis de los cuidados y una oportunidad para discriminar a las personas trans cuya identidad no se refleja siempre en su documento de identidad (Corte Constitucional, Sentencia T-363 de 2016). Esto último mediatizó un fenómeno naturalizado en el día a día de las mujeres trans: detenciones, interrogatorios, requisas, imputaciones sin fundamento y discriminación por su identidad y expresión de género por parte de ciudadanos y agentes de la Fuerza Pública.
En la vida de las mujeres lesbianas y bisexuales se visibilizó su afectación por la violencia intrafamiliar y otros tipos de violencia que son expresiones del control y poder que allegados y familiares pueden ejercer sobre sus cuerpos. Exigencias de cambio de expresión de género, prohibir visitas o prohibir la salida y comunicaciones con su red de apoyo y compañerxs sentimentales, fue una de esas formas mediante las cuales la violencia simbólica se manifestó en los hogares. En algunas casas se vio la pandemia como una oportunidad para “corregir”, “castigar” o “evitar” aquello que perturba a quienes discriminan a las mujeres LBT por su OSIGEG diversa.
En el caso de las mujeres trans los impactos físicos y psicológicos del confinamiento también se hicieron evidentes, en la medida en que les obligaron a detener sus procesos de tránsito, a dejar los procesos de hormonización o modificar otras características de su expresión de género para cumplir con las normas familiares o del lugar donde residieron. Materialmente, se sabe que muchas no han tenido cómo sostenerse económicamente, que muchas perdieron sus redes de apoyo y se encuentran habitando en calle o transitando de refugio en refugio; que muchas están enfermas, viven con VIH y no han recibido ayudas humanitarias del Gobierno, o que no se les ha permitido ejercer el trabajo sexual como opción de subsistencia, por lo que su calidad de vida se ha visto profundamente diezmada.
En síntesis, el Gobierno no ha logrado atender de forma diferenciada estos impactos. Los retos del 2021 para la vida de las mujeres LBT, giran en torno a reconocer responsabilidades históricas en la prevención y reducción de los niveles de violencia que las afectan en todos los escenarios de la vida. Se debe prestar atención especialmente al hogar como escenario de violencias física, simbólica, psicológica y económica; al espacio público como lugar en donde las fuerzas del orden perpetúan estigmas, prejuicios y violencia. Por ello, se necesitan correctivos focalizados según el espacio, la violencia y los perpetradores.
Finalmente, la ayuda humanitaria que no está llegando a las mujeres LBT también debe ser una prioridad, es una oportunidad para que de una vez por todas, se dispongan de medios productivos y de subsistencia con enfoque diferencial para mejorar la vida de las mujeres con orientaciones sexuales, identidades y/o expresiones de género diversas y se les repare por el repertorio de violencias que han tenido que padecer antes y durante la pandemia.