Salir del closet es la manera como cotidianamente se conoce a la decisión de hacer pública la orientación sexual o la identidad de género, si bien es un ejercicio propio, se ha convertido en una tarea motivada por quienes consideran que ser una persona LGBT no es una situación para mantenerla dentro de la esfera de lo invisible.
Desde los 15 años identifiqué mi orientación sexual diversa, pues en el colegio femenino en el que estudié me atreví a tener novia. Parece mentira, pero era más común de lo que es posible imaginarse, pues todas nos respetábamos y entendíamos nuestras formas de amar.
Ahí inicié mi vida sexual, la cual no estaba establecida como algo impuesto ni estático, sino como el ánimo personal de ser feliz. En ese momento mi familia jamás se pudo imaginar la situación, pues era menor de edad y salía poco de casa.
Cuando me gradué e inicié la carrera de derecho en la universidad, por cosas de la vida inicié una relación sentimental con un hombre. Estudiante de medicina, amado por mi familia y yo por amada por la suya al ser “una niña de familia, prospecto de novia y futura esposa”.
A medida que pasaba el tiempo y avanzaba mi carrera, conocí a quien fue mi primer amor; una mujer fuerte, inteligente, hermosa, pero existía un problema, tenía novio. En el momento de intentar terminar con mi pareja sentimental, empezó la violencia.
Cuando decidimos no seguir con nuestra relación sentimental, mi familia entró en pánico. Iniciaron una serie de violencias económicas, sociales e intrafamiliares por el simple hecho de terminar con quien en ese momento seria mi novio, debido que creían que esa situación me generaría inestabilidad social, al ser de nuevo una mujer soltera que no se podía cuidar sola.
En ese momento conocí mis privilegios, ya que me los quitaron por tomar la decisión de terminar mi relación sentimental. Me fue arrebatado mi sustento económico, fueron restringidos mis horarios y mis padres plantaron una indiferencia hacia mí por alejar a quien sería en ese momento su segundo hijo varón.
Con 19 años la situación fue difícil, puesto que vivía de mis padres, ¿cómo es posible que por terminarle a mi novio plantaran una pared de indiferencia? Calculé la respuesta si les confesara que era una mujer lesbiana y me prometí jamás confesarles la verdad. Por las circunstancias, tomé la iniciativa y acordé con mi novio crear una fachada, una cortina de humo que me proteja de esas violencias a las cuales no estaba preparada para afrontar. En ese momento jamás imagine que ese acuerdo fuera el hito de un conglomerado de otras violencias.
Él sabía que yo me enamoraba de mujeres, yo sabía que él se enamoraba de otras mujeres. Al inicio lo vi visionario, futurista. Hasta que me enamoré por primera vez de una mujer, al punto de plantear romper con esa fachada familiar y social que él y yo manteníamos. Inicié planteándole mi posición, diciéndole que era lo mejor para los dos y que yo estaba enamorada realmente de alguien más a la que quería dedicarle espacios que eran solo de él, como los familiares. Me amenazó con revelarle a mi familia, a la de él y a nuestros amigos mi orientación sexual, mis múltiples parejas sexuales, decirle a toda la ciudad que era una infiel. En ese momento no contaba con una fuerza que me respaldara, tenía miedo de perder mis privilegios y seguí con la farsa.
Me auto condené a vivir escondida, explorar mi sexualidad en el silencio, no poder mostrar lo que realmente me gustaba, a quien amaba ni como amaba. Me sentí acorralada por mi familia, por su familia, por quienes nos conocían y nos admiraban por ser una expectativa de familia nuclear, casada, apartamento, camioneta, finca, piscina, hijos, heterosexual, femenina.
En el año 2019 decidí romper el silencio, decir lo evidente en voz alta y hacerle frente. Al fin terminé con ese círculo vicioso de violencias naturalizadas y empecé a explorar lo que podría ser yo. Encontré a una mujer sola, a la cual su familia le dio la espalda por no entender que había pasado con esa expectativa de familia que había creado.
Y justo, en ese momento en donde necesitaba entender el porqué de estas situaciones repetitivas, conocí Enterezas. Entendí que no estaba viviendo un hecho aislado, supe que las mujeres lesbianas sufrimos violencias por el hecho de ser y resistir, y le dije por primera vez a mi mamá “soy lesbiana”.
Justo en ese instante me sentí liviana, sin pesos, sin remordimientos. Me vi en un plano diferente, me sentí sin miedos. No sé si el famoso closet existe, pero antes me sentía dentro de uno. Acorralada, claustrofóbica, entendí que todo ese desorden que existía dentro de mí lo dejaba en el closet y nadie lo veía, cerraba con llave y estaba segura. Pero, ¿quién organiza ese desastre?
Enterezas me enseño que no soy la única, que además de mi resisten y re existen mujeres fuertes, fortalecidas, sobrevivientes. Resistí años, re existí en meses.
Por: Mujer* lesbiana beneficiara del proyecto Enterezas (*Nombre reservado).